Introducción: presentación y justificación del tema

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A finales del siglo XIX, los Lumiére renegaban de las posibilidades del cinematógrafo. Paradoja que arrebataba a estos hermanos franceses la capacidad de anticiparse al éxito futuro de su propio invento. No veían otras posibilidades más allá de su empleo experimental o doméstico y trazaban fronteras técnicas que reducían el cinematógrafo a círculos muy concretos. Fueron ellos quienes admiraron antes que nadie la capacidad del rollo de película para asustar a los espectadores vírgenes en aquellas proyecciones de trenes entrando en la estación. Y aún así, siguieron la máxima que por entonces guiaba el mundo de la fotografía: los fotogramas como representación de una realidad documental, pero sin contar historias de ficción. Los propios inventores de lo que en su día resultó el germen del cine actual se privaron de la visión de un séptimo arte que se convertiría progresivamente en una de las formas de entretenimiento por excelencia para el público de masas.   

La definición práctica del cine le aporta múltiples aplicaciones a su vertiente teórica. La unión de fotogramas en el ojo del espectador le permite dialogar directamente con las emociones, sentimientos y percepciones del público. La producción y rodaje de una película implica muchas más cosas que la mera sucesión de imágenes en la gran pantalla. Cuando George Meliés (Viaje a la luna, 1902) y Edwin S. Porter (Asalto y robo de un tren, 1903) empezaron a ser conscientes de la capacidad del montaje visual para crear historias, se dio el pistoletazo de salida a una carrera por la creación de mundos paralelos en los que el inconsciente del espectador veía reflejados sus propias emociones. Involuntariamente, cuando las imágenes atraviesan nuestra retina y sentimos que formamos parte de la historia, nuestras inquietudes y miedos escapan, huyen, y dejamos que sea nuestra imaginación la que se haga dueña de nosotros mismos. Así, el cine fue capaz de aportar figuras de autor que justificaban su inclusión en el arte propiamente dicho. Desde lo políticamente incorrecto de Chaplin o la mordacidad e ironía de Woody Allen, pasando por la creación de mundos ficticios de Spielberg o George Lucas, hasta la versatilidad y talento de Hitchcock, Kubrick o Almodóvar. Todos ellos encontraron un espacio de creatividad en el que volcar sus expresiones, tal y como había sucedido años atrás con la pintura y la literatura. 

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Así, a lo largo del siglo XX, el cine caminó de la mano de la televisión para comportarse como narradores de relatos audiovisuales. La aplicación de las nuevas tecnologías suponían la inclusión de estímulos que acrecentaban esa sensación de evasión y huida de la realidad, y las salas de cine y los salones de casa comenzaron a ser espacios que acogían rituales para ver y escuchar historias. «La aceleración de los impactos perceptivos en el cine contemporáneo guarda una estrecha relación con una nueva forma de construcción del inconsciente. La imaginería que atraviesa el mundo contemporáneo se ha convertido en un factor determinante de la esencia de nuestro ser en el mundo actual. Esta imaginería se ha desarrollado a partir de la aceleración del consumo de imágenes en los medios de comunicación, en las nuevas tecnologías del audiovisual y en el cine contemporáneo. El juego con las tensiones más radicales y extremas ha acabado conduciendo hacia la elaboración de formas de impacto que juegan con algunos de los aspectos más reprimidos de nuestras fantasías: la dimensión de la sexualidad y de la violencia.» (Relato digital. Regreso al cine de atracciones. Ángel Quintana, 2007)

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La cultura de lo audiovisual crea un mosaico de historias y ficciones tan próximas a nosotros que terminan formando parte de nuestro día a día. El cine y la televisión son capaces de trazar una línea donde la realidad y la ficción se encuentran, donde la historia se convierte en protagonista y el espectador retiene elementos que le hacen comportarse de una u otra forma. Este año se han cumplido 75 años del estreno de una de las películas que hablaban, precisamente, de los sueños, de la transformación de la realidad por las historias que cuenta nuestro subconsciente. El mago de Oz (1939) hacía de un tornado, el medio para trasladarnos a un mundo de ilusión y fantasía en el que cada personaje buscaba los atributos personales que eran incapaces de encontrar en la vida real. El film era, al fin y al cabo, una historia que incluía en su trama un relato didáctico para sus propios personajes: Dorothi extrapolaba la experiencia vivida en el sueño a la vida real. 

Mario Varas Llosa afirmó que la ficción nos permitía viajar a mundos imaginarios que rompían con la terrible cotidianidad a la que nos vemos hostigados cada día. Nuestro trabajo de investigación busca la explicación a ese viaje, a la relación inevitable que existe en la era de la comunicación audiovisual entre la ficción y la realidad y que siempre ha existido, de una u otra forma, en el seno de la sociedad. Pretendemos fundamentar nuestra tesis sobre hechos históricos, basándonos en casos concretos para inferir una realidad que muchos expertos insisten en demostrar. ¿Por qué hablamos de Hollywood como fábrica de sueños? ¿Dice más de lo que aparenta la expresión «la realidad supera a la ficción? Es nuestra labor indagar en las consecuencias que los relatos audiovisuales tienen sobre el comportamiento humano y desvelar el porqué de la identificación que el cine y la televisión generan en la mente del espectador. Y, quién sabe, desvelar por qué todavía seguimos soñando con un lugar por encima del arco iris.

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